Eichmann

Eichmann se caracterizaba por tener dificultades para expresarse, la cual no era una discapacidad motora, sino una incapacidad para pensar. Es decir, él era incapaz, desde la perspectiva de otro ser humano, de imaginar algo, por lo tanto carecía de de la faculatd de empatía social. Él no era capaz de expresar sentimientos porque nunca los tuvo. No es que tuviera sentimientos malos, a diferencia de Hitler, de Himmler o Goebbels, carecía de la capacidad de odiar y por lo mismo, de amar.

Simplemente no aprendió a tener senitmientos, formarlos y comunicarlos, cualidades que se adquieren en la vida común, en interacción y antagonismo con los demás.
En términos analíticos, Eichman era el arquetipo de la llamada personalidad narcisista, la cual es en la cual su libido se ha estancado tanto en su interior que con el tiempo termina perdiéndose definitivamente. Eichmann era un burócrata, muy especializado, en el clásico sentido weberiano del término.

La maldad de Eichmann era absolutamente normal, en palabras de Arendt, tan normal, que incluso era banal. En este caso, la ausencia del pensar, no era estupidez. La inteligencia de Eichman no parecía ser menor o mayor que la de cualquier persona. Alguien puede ser muy inteligente, aprender muchos idiomas, solucionar logaritmos y no saber ponerse en el lugar de su interlocutor durante una conversación o no saber diferenciar, por ejemplo, entre el bien y el mal.

De lo anterior podemos ver, que existen 2 tipos de inteligencia, la instrumental y la emocional. Esta última es la que se pone en comunicación con el mundo interior, que es de los sentimientos. También hay dos tipos de maldad, una que es terrible y banal al mismo tiempo y otra que no es banal, sino que se alimenta de un mal deseado.
En otros términos, existen los malvados que no tienen sentimientos y los que poseen malos sentimientos, los cuales podemos comprobar en nuestra cotidianeidad.